Os dejamos con el articulo que desde el Ateneo Libertario "Octubre del 36" enviamos a la Revista Al Margen para colaborar en su numero sobre Mundo Rural y Movimiento Libertario. Ya hemos recibido varias criticas sobre el texto y queremos saber vuestra opinión. Así que animaros y leed el texto; y tanto por los comentarios de este blog como en persona comentadnos vuestra opinión al respecto. Este breve texto, como ya veréis a continuación, es un resumen de aquello que nos ronda por nuestras cabezas a través de nuestras experiencias practicas y de ciertas lecturas tanto individuales como comunes. Como podréis observar, tanto unas como otras, también son vuestras. Tanto si estas interesado por el mundo rural o por el movimiento libertario este texto no te dejara indiferente, o al menos eso es lo que esperamos. Salud.
¿Movimiento
libertario y mundo rural?
Hablar sobre dos supuestos
como son el movimiento libertario y el mundo rural requiere de un esfuerzo por precisar
algunas cuestiones previas de necesaria identificación para comprender el
alcance de nuestra visión. En primer lugar queremos dejar claro que nuestro
pensamiento se forma de una mezcolanza de vivencias y estudios teóricos que nos
permiten adoptar una opinión colectiva en cuestiones como las que se nos
presentan. Nos reelaboramos en el debate y la discusión de ideas de otros
compañeros que, en muchos casos, compartimos en lo fundamental. Dicho esto,
antes de empezar es ineludible tratar por separado los conceptos de movimiento
libertario y mundo rural, pues nos parece que se les invoca en muchas ocasiones
de manera vaga y autorreferencial.
Empezaremos por orden. No
pensamos que exista un movimiento libertario como tal, cosa que creíamos ya superada.
La existencia de pequeños grupos descoordinados y de intereses completamente
diferentes y contradictorios, hace imposible que nadie se plantee la
posibilidad de que exista en la actualidad un sujeto colectivo que pueda ser
considerado como “movimiento”. Para
aceptar que existiera un movimiento libertario, este debería tener una conciencia
propia de si mismo, un camino común, coordinación, regularidad, afinidad, en
definitiva, una cultura propia. Vamos, lo que tenía a principios de siglo XX y que no encontramos
ahora por ningún lado. Las razones que han motivado esta desaparición son
diversas pero habría que buscarlas en la derrota sufrida por los
revolucionarios en el siglo pasado y en la dinámica guetista de la última época,
que nos han dejado un panorama bastante desalentador. Además si a esto le
unimos la inexistencia también, de un
sujeto de clase propiamente organizado, como llegó a ser el movimiento obrero,
vemos como seguir con el paradigma del siglo pasado nos parece un absurdo
insufrible. Como acertadamente dijo un compañero “Esa clase que ya no era subjetivamente revolucionaria dejó de serlo
también objetivamente, al perder su posición estratégica en el proceso
productivo…”.[1]
Repensarse es el mínimo que
podían hacer los colectivos si desean desertar del círculo centrifugador en el
que están encerrados. En su momento la relación trabajo-capital lo era todo en
un sistema que estaba dando sus primeros pasos pero en la actualidad la luchas
laborales no generan contradicciones al sistema. La izquierda ha irrumpido con
fuerza en el ideario de la mayoría de colectivos libertarios sin que apenas se
haya debatido cuestiones de fondo, por lo que buscar espacios comunes es
imposible en una deriva de atomización total irreflexiva. Como mucho, cuando
existe algún tipo de coordinación se da entre pocos colectivos y suele ser
practicamente insignificante. Lo que aún queda son pequeños grupos a la deriva
que no conseguimos trascender en la práctica, esa es la realidad. El camino
esta enfangado y la maleza impide incluso orientarse. Las modas posmodernas de
“lo personal” lo son todo para los colectivos que van surgiendo, desde los “queer”
hasta los que plantean “el escape hacia el campo”.
Lo mismo que hemos
manifestado con el concepto de “movimiento” sucede con el de “mundo rural”,
sobre todo si entendemos éste como un afuera o un mundo a parte en donde la
vida tiene unas condiciones diferentes a las de la ciudad. La vida campesina
que es lo que caracterizaba la sociedad rural hace años que dejó de existir, y los pueblos tienden a reproducir el modo de
vida de los centros más urbanizados.[2] Sabemos que existen ritmos
diferentes y algunas salvedades pero el éxodo de población que se produjo
durante el siglo pasado, ha retornado en forma de mercantilización,
artificicalización, macroinfraestructuras y basura. La realidad de nuestros
pueblos es la del turismo rural, la del vertedero
y la de los proyectos energéticos, hay que tenerlo muy en cuenta. Lo que
llamamos “mundo rural”, ahora solo es el extrarradio del urbano. La alienación
ha llegado hasta el lugar más recóndito. No existe un mundo aparte, ni
antagónico, es todo uno, pues lo urbano y lo rural ha devenido en catástrofe.
Cuando se habla de ruralidad
solo es una imagen idílica de aquello que existió. Nos invade un sentimiento
nostálgico idealizado que a lo único que conduce es al folclore y la
falsificación. Mientras el poder ha maniobrado para la despoblación de estos
territorios durante años, ahora parece
que existe una preocupación en este sentido que no tardará en traducirse en
inversiones de tipo conectivo, turístico y energético, pretendiendo ocupar el vacío
que ha dejado la comunidad campesina. Comprender
eso, es fundamental, pues solo así se entenderá el papel estratégico que va a
jugar el turismo rural en los próximos años. La despoblación ha provocado una
reacción de súplica en los pueblos más afectados por la problemática, exigiendo
al capital que solucione el agravamiento. El Estado necesitaba esa llamada de
los vecinos de estas zonas para poder repensar
las posibilidades de revalorizar ese territorio yermo.
La mitad de la población
mundial vive ya en entornos urbanos y ahora que ya se ha conseguido eliminar la
vida campesina, e industrializar la agricultura deslocalizándola, se pretende
mercantilizar lo rural desde unos presupuestos completamente diferentes. La
imagen peyorativa de la vida en el campo va quedando atrás y lo que se busca es
darle una apariencia nueva, rescatando lo idílico. Desespera ver como se ha
asumido, dentro del discurso agroecológico, la bondades del turismo rural para
mejorar las condiciones actuales, cuando el llamado agroturismo es “una actividad nacida de las políticas de
erradicación agraria, también conocidas como desarrollo rural, y que simboliza
exactamente la transición a una sociedad y una cultura plenamente urbanizadas”.
[3]
Se necesita que el consumidor
urbanita pueda escapar, en el menor tiempo posible, hacia un escenario falso y
tematizado con el sentido de dejar atrás la megalópolis asocial e insalubre. El
turismo rural se nos vende como una panacéa contra todos aquellos males que nos
amenazan. Ha ocupado el espacio social de la vida campesina, creando solo una
fachada, una imagen prefabricada y superflua de lo que en realidad fue. Nuestro
creciente, y a la vez muchas veces no perceptible, malestar por vivir en las
complejas sociedades deshumanizadas hace que percibamos la necesidad de una vuelta hacia lo primitivo, hacia
nuestras raíces perdidas. El sistema hace que sea necesario esa imagen, esa
posibilidad de escapar hacia lo salvaje que en realidad no es realizable en
ningún lado. Cuando la sociedad industrial ha llegado al ocaso de lo rural es
cuando más se idealiza.
Vayamos ahora al análisis de
los colectivos en los pueblos. La irrupción del movimiento 15M junto a la
estrategia cooperativista de Enric Durán, ha provocado un crecimiento
importante en el interés por cuestiones que tienen que ver con la agroecología
o la supuesta vuelta al mundo rural.
Ciertamente nuestro contacto con este sector ha ido en aumento ya que
consideramos que ante la disyuntiva que nos acecha es necesario aportar desde
la humildad y la honestidad, un impulso práctico y crítico al mismo tiempo. Vemos como proyectos cooperativos como grupos
de consumo, monedas sociales, plataformas…
se han ido consolidando en un prisma de absoluta voluntariedad pero con
claras deficiencias políticas y limitaciones brutales. Para andarnos sin rodeos
vamos a identificar rápidamente cuales son los problemas que embisten a estas
experiencias en un clima de extremo positivismo. En primer lugar marcamos en
rojo la poca clarificación que tienen de la cuestión política. Son grupos que
pretenden cambiar la realidad con un cambio en los hábitos de consumo, sin
darse cuenta que las transformaciones sociales requieren mucho más que “una simple agregación de cambios
individuales”. [4]
Para que se entienda, con esto en ningún momento menospreciamos estos cambios a
nivel individual, necesarios en los tiempos que corren, pero la perspectiva si
no va acompañada de una propuesta política contra lo establecido, les deja en debilidad. Además también hay que estar bien
alerta de los intereses privados mercantilistas que se acercan a estos grupos con
unos intereses puramente económicos. El sistema ha absorbido el discurso verde
para lavar su propia imagen y también utilizará todas estas redes si en un momento
crecen más de lo debido, sin mucha dificultad. El vacío legal en que juegan
puede ser fácilmente corregido y en ese momento saldrá a la luz el desarme teórico.
La falta de una propuesta
política se visualiza también en el poco interés que suscita entre los
agroecológicos los movimientos de resistencia ante las agresiones en nuestro
territorio. Esta dejadez en las cuestiones que invocan al “no” son una particularidad
de estos grupos, más proclives a soluciones pacifistas y ciudadanistas. Este
sentir ciudadano entierra la posibilidad del conflicto y la lucha, que es
imprescindible para que un colectivo adquiera conciencia de lo que quiere y lo
que no. Nuestra propuesta va en la dirección de conseguir la unión del
vecindario en una “comunidad de lucha” contra las imposiciones del desarrollismo
mercantilista. Solo si estas comunidades se desarrollaran a lo largo y ancho
del territorio existiría alguna posibilidad de empezar a pensar como sujeto
colectivo y por lo tanto con conciencia
de si mismo. Una comunidad que a parte de defender el territorio debe plantear
recuperar la vida en su totalidad. Para ello se requiere de un movimiento que
pretenda recuperar todo lo que quede de esos saberes comunitarios necesarios
para intentar la reconstrucción. Acabar con la propiedad de la tierra, agrarizar,
producir para la subsistencia, para volver al valor de uso de las cosas y
desmercantilizarlas. Pero también “una
comunidad de lucha surgidas de la deserción y de la defensa del territorio”.[5]
La parte positiva y negativa deben existir en nuestro planteamiento, si
alguna de ellas falla todo se viene abajo. La positiva para crear, la negativa
para hacer frente a las fuerzas destructivas.
Pese a esta propuesta de
debate consideramos que las condiciones actuales no son nada alentadoras para
que lo planteado frague con firmeza. Las luchas de resistencia no se han
consolidado por ningún lado y quien avanza sin freno es el mal, sin necesidad
de camuflajes. Por eso nos hizo gracia la felicidad que desprendía Duran y los
cooperativistas ante la perspectiva de una vida alegre a las puertas del post-capitalismo.
Difícil tomar en serio aunque los
agroecológicos parecieron ver la luz. El globo parece haberse desinflado pero
la autocrítica sigue sin aparecer. Por lo menos a nosotros nos sirvió para que tuviéramos
que pensar en lo insensato del Disney decrecentista.
Ateneo
Libertario “Octubre del 36”.
[1]
Salida de Emergencia, Miquel Amorós, Pepitas de Calabaza, 2012. La cita
proviene del epílogo del libro cuya autoría pertenece a Fernando Alcatraz.
[2]
Para la cuestión “Campo y ciudad”,
queremos recomendar la lectura de la revista Cul de Sac nº5, que nos ha servido
de inspiración para este debate.
[3] Fe de erratas. La agitación rural frente a
sus límites, Marc Badal.
[4]
Ibid.
[5]
Salida de emergencia, …
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