jueves, 3 de mayo de 2018

Reseña de "El mundo de ayer. Memorias de un Europeo" de Stefan Zweig

Hace unas semanas, le comenté a un compañero del Ateneo que había leído la obra de Stefan Zweig, «El mundo de ayer», acto seguido me animó a escribir una reseña sobre el libro para este blog. En un primer momento pensé que la obra no encajaba demasiado con la línea editorial de «El Eco» y que la biografía de un burgués de principios del siglo XX suscitaría poco interés entre los lectores de este medio, por lo que, mentalmente, rechacé la oferta. Obviamente, sigo sin saber si este artículo será del agrado de los lectores, pero ayer, releyendo algunas de las notas que tomé tras su lectura me di cuenta de que «El mundo de ayer» es un libro potente y nada desdeñable para aquellos que plantean una crítica radical al sistema, especialmente por su alto nivel instructivo. Al decir «instructivo» me refiero a que ayuda a conocer el estado de las cosas, que informa, que no sólo sirve para ilustrarnos sobre el nivel de barbarie al que es capaz de llegar el ser humano, sino que va más allá, esta obra merece ser analizada y comparada con el contexto político-social actual, ya que al hacerlo podemos descubrir escalofriantes similitudes, síntomas que nadie advirtió en su momento como peligrosos pero que terminaron por sumir a la sociedad mundial en una de las mayores tragedias que se conocen.

Stefan Zweig (1881-1942) nació en Viena, capital del Imperio Austrohúngaro, en el seno de una acomodada familia judía. Él mismo se definía como austríaco, judío, escritor, humanista y pacifista. No en balde, Zweig fue uno de los mayores intelectuales de su época y, posiblemente, el escritor de habla alemana más vendido de su tiempo con una obra literaria que tuvo un impacto mundial y fue traducida a diversas lenguas. Stefan Zweig escribió sus memorias en Brasil, huyendo de la Shoah (genocidio judío) y de la guerra que asolaba a Europa, no tenía nada, era un proscrito, sólo le acompañaban los recuerdos que dieron forma a esta biografía. Europa se había suicidado en dos guerras fratricidas, lo que él definía como la derrota de la razón y el triunfo de la brutalidad. Quizás por ese motivo se presenta ante el lector como un apátrida, como un hombre libre que a nadie debe reverencia y a su generación como la que ha vivido las mayores sacudidas de la historia, todo el catálogo de calamidades imaginables, «a la fuerza me han arrebatado la casa y la existencia, me han separado de mi vida anterior y de mi pasado y con dramática vehemencia me han arrojado al vacío».

Es indiscutible que la vida de este escritor nada tuvo que ver con las miserias a las que fue sometida la clase obrera del momento en un contexto de cotidianidad, pero su testimonio de igual manera nos sirve para retratar la sinrazón a la que nos puede abocar el sistema. Gracias a su posición privilegiada en la sociedad, Zweig disfrutó de una vida cómoda y placentera, se deleitó y se empapó del arte, el conocimiento y la cultura occidental. Como un «alma libre» viajó por todo el mundo para ampliar sus horizontes codeándose con los mayores intelectuales de la época como Sigmund Freud, Richard Strauss, Émile Verhaeren o Romain Rolland entre otros. Stefan Zweig tuvo una vida dulce, dedicada en plenitud a sus pasiones, fue un personaje reconocido y de prestigio, admirado por su trabajo ¿qué más se puede pedir? «Antes de la Gran Guerra existía el más alto grado de libertad individual que ha conocido el hombre, después, el más bajo desde hace siglos», el culpable era lo que él denominaba la peor de las pestes, el nacionalismo. Desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial se vivió un auge sin precedentes del espíritu nacional, los intelectuales ensalzaban a la patria y rechazaban lo exterior como mediocre y postizo, era una histeria del odio, una traición a la razón entregada a la agitación colectiva del momento.

El desastre de la Gran Guerra destruyó la fe en la infalibilidad de las autoridades, toda una generación de jóvenes había dejado de creer en los padres, los políticos y los maestros, «todo el que tenía ojos veía cómo le habían engañado». Cuando Zweig reflexiona sobre su pasado, es consciente de que aquel mundo ideal de seguridad y de fe en la ciencia y el progreso era un castillo de naipes, a pesar de eso, todo el mundo vivía en él como si fuese una casa de piedra imperturbable. La confianza en el progreso de los intelectuales y el idealismo colectivo les llevó a despreciar el peligro, él mismo se preguntaba por lo que podían haber hecho y lo que realmente hicieron. En este contexto, Stefan Zweig analiza la política de su tiempo y el ascenso de Hitler al poder. Quizás uno de los aspectos más interesantes que narra la novela en este sentido, es cómo el Partido Socialcristiano liderado por Karl Lueger sirvió de inspiración al führer. Se trataba de un partido que aglutinaba a la pequeña burguesía y a la clase media desencantada que temía acabar en las mismas condiciones en las que se encontraba el proletariado y, por tanto, perder su forma de vida burguesa. Esta fue la primera gran masa a la que congregó Hitler a su lado. Karl Lueger fue un modelo a seguir, el antisemitismo se lanzó como chivo expiatorio para desviar el odio que anteriormente iba dirigido hacia los terratenientes y la riqueza feudal, Hitler vio lo manipulable que era ese odio y lo utilizó para sus fines políticos.

Cuando Adolf Hitler tomó el poder la gente no sospechaba lo que iba a pasar, el nacionalsocialismo, con su técnica de engaño sin escrúpulos, se guardaba bien para no mostrar su radicalidad. Usaba sus métodos con precaución «una píldora y después un tiempo de espera por si la dosis había sido demasiado fuerte y la conciencia mundial lo soportaba. Las dosis fueron cada vez más fuertes hasta que Europa entera cayó víctima de sus actos». La quema de libros empezó de forma semioficial, llevada a cabo por los estudiantes al estilo de la Edad Media. A pesar de que Stefan Zweig en todos sus trabajos no había escrito ni una sola línea sobre política, sus libros avivaron las llamas, él lo consideró más un honor que una penitencia, ya que compartía destino con la aniquilación total de la vida literaria en Alemania junto a autores como Einstein o Freud a quienes consideraba mejores.

Salvando las distancias, es innegable que en nuestros días observamos algunos de estos síntomas de los que hablábamos al principio, indicios que pueden ser precedentes del odio, la persecución y la barbarie. Los gobiernos neoliberales siguen suministrándonos esas «píldoras» para ver hasta donde aguanta la sociedad. Uno de los signos más evidentes es el nacionalismo, con un apogeo del «a por ellos, oe oe oee», que trata de aplastar la resistencia de algunas identidades periféricas que luchan por sobrevivir ante el todopoderoso centralismo nacional que les reduce al absurdo y ningunea su historia. Por otro lado, podemos resaltar la persecución y censura de la opinión crítica contra el Estado y los elementos que lo sustentan a través de leyes que condenan el derecho a la libertad de expresión, estoy hablando de la «Ley Orgánica de protección de la seguridad ciudadana (2015)», conocida como «ley mordaza», magnifico pretexto para silenciar a los que no comulgan con los «padres de la patria». Aunque parezca lejano, cuando Stefan Zweig nos habla «del mundo de ayer» es, sencillamente, la constatación de un mundo que ya no existe, su mundo, lo que él creía imperturbable ha desaparecido, un mundo que se ha condenado, que ha sido censurado y sepultado por la destrucción salvaje, la codicia de algunos megalómanos y la ingenuidad de la multitud. Zweig, un cosmopolita que amaba a Europa y a su época, orgulloso y gran conocedor de su cultura, fue obligado a huir como la más desdichada de las ratas y así, retrata desde la nostalgia un mundo que ha fenecido. Gracias a la óptica lúcida de este intelectual desterrado por la barbarie, podemos ser capaces de pronosticar en cierta manera qué futuro nos aguarda.

E. Boix

Zweig, Stefan, «El mundo de ayer: memorias de un europeo»; traducción de J. Fontcuberta y A. Orzeskek; Barcelona: El Acantilado, 2001


3 comentarios:

CR7 dijo...

Cuanta razón amigo E.Boix, esas nocividades de las que hablas siguen en nuestra sociedad en mayor o menor grado. El fanatismo, la nula critica, el pensamiento único, el odio, la incapacidad de empatizar, el egoísmo, el patriotismo, el sexismo, la explotación, la aporofobia... y políticos tan cercanos a nuestro entorno geográfico gritando en Castellón el "a por ellos" incitando al odio, tensando la cuerda en su propio beneficio político y personal. Pero claro para ellos no existe la "apología al terrorismo", aunque la hagan al fascismo cada dos por tres. ¡Cuantas similitudes vemos en el sistema democrático en el que Hitler ganó las elecciones y el nuestro!.

Messi dijo...

Haces bien en enfatizar en uno de los grandes males de nuestra sociedad, la desmemoria.Hoy vivimos en una relativa "comodidad" material a la que nos aferramos por encima de todo. Nos angustia pensar en poner en riesgo esos pequeños privilegios por intentar cambiar algo de nuestras vidas. Resulta una ardua tarea para la gente estudiar el pasado e intentar comprender quien somos y a que clase pertenecemos.Por eso no es de extrañar que se utilicen las expresiones nacionales y la pasiones que emanan para confrontar a la masa.La historia se repite cíclicamente y es previsible que el futuro aspire el aroma de entreguerras. Eso sí bajo una apariencia más amable. Es necesario empezar a leer entrelineas. Salud

Anónimo dijo...

Yo quisiera subrayar la cuidada presentación de la reseña y animar a escribir sobre este tipo de autores que desde luego tienen interés para muchos de los que leemos el blog. Creo que no es oportuno obviar a autores que no sigan necesariamente la misma línea porque ellos nos enriquecen, cultural, política y literariamente. En el caso de Zweig, y sin haber profundizado en él, me parece un personaje crítico con el ritmo de vida de la sociedad capitalista bastante interesante y válido para reforzar muchos argumentos, como por ejemplo el del contenido del texto, así que enhorabuena.