El compañero Eloy Boix nos ha enviado este articulo donde reflexiona sobre la democracia. Con él estrenamos esta nueva sección de "Criticas y correspondencia" en la que os animamos a participar. Saludos a todas y a todos.
Según relata Suetonio, estando el emperador Augusto en su lecho de muerte preguntó a sus
amigos, ¿Os parece que he representado bien esta farsa de la vida? Y añadió en griego la sentencia
con que terminan las comedias: Si os ha gustado, batid palmas y aplaudid al autor. [1]
Democracia, suena bien. Parece que te digan -Oye chico, esto es de todos, lo construimos entre
todos, para todos, todos iguales, todo de todos. Suena hermoso, como música celestial,
especialmente dulce cuando algún político refinado declara en nombre de su partido -Sí, nosotros
somos unos demócratas, de los de verdad, no como esos antidemócratas, populistas y sectarios
(podría afirmar en alusión a un partido rival). La democracia se ha convertido en un sinónimo de
legalidad política y buenaventura, se ha consolidado como la herramienta favorita de los políticos
para legitimar su auctoritas. Nunca nadie desconfiaría de un demócrata, con sus buenas
intenciones y la defensa de su justa verdad: el pueblo manda, decide. Democracia es para muchos
el equivalente a la libertad, donde ningún ciudadano será más que otro, todos iguales
expresándose en las urnas, lo máximo a lo que ha llegado la colectividad en cuanto representación
política.
Muchos políticos se alimentan de este bello vocablo, acostumbran a atiborrarse y ponerse hasta
las cejas de democracia, sobre todo cuando hablan en público, pero en privado parece que se les
atraganta tan armoniosa expresión. Y es que una cosa es cierta, el pueblo participa, sí, y se le pide
su colaboración con la superestructura del Estado, pero sólo en la medida en la que es capaz de
elevar a unos u otros al poder. A posteriori esa autoridad que nacía del pueblo pasa a ser un bien
privado y exclusivo de la élite política. Es curioso aquello de que la soberanía reside en la nación,
¿eso qué quiere decir? ¿cada uno de nosotros es soberano? No. La nación es un ente abstracto, no
existe, no se puede palpar, por mucho que el artículo primero de la constitución afirme que el
sujeto de dicha soberanía sea el pueblo español, la nación es en todas sus dimensiones un elemento
imaginado. La soberanía es ejercida por los poderes del Estado, en los que el pueblo delega esa
facultad soberana, es decir, el pueblo español elige a sus representantes mediante unas elecciones
democráticas para que ejerzan en su nombre el poder a través de las Cortes Generales.
La jugada es sublime, una vez el poder ha sido asumido por un individuo o partido político pasa
a ser un bien particular, exclusivo y excluyente. Ya no es necesaria ninguna participación
ciudadana, los políticos han conseguido para sí mismos un poder legítimo durante toda una
legislatura. ¿Dónde queda el pueblo? ¿la aclamada nación? Ahí está la gracia, estos dos elementos
consiguen justificar mediante una brillante argucia que unos pocos individuos retengan el poder.
El pueblo en democracia es un aval y sólo volverá a ser útil cuando se tenga que revalidar ese
poder, cada cuatro años. Como es tradición, los políticos no tienen ningún compromiso legal con
sus promesas, sino exclusivamente un acuerdo moral y de principios con sus votantes, de este
modo, lo más habitual es que todas las obligaciones contraídas con sus electores, eso que debería
ser un ejercicio obligatorio de honestidad, acaban convirtiéndose en un vertedero de mentiras,
depositadas una sobre otra y apuntaladas con eslóganes baratos para convencer y acaparar el tan
deseado poder y monopolio institucional. La retórica, ese viejo aliado de los líderes.
Los partidos políticos pelean por conseguir el poder en una lucha encarnizada, todo vale para
alcanzar el ansiado fin, ser los ojos y las manos del pueblo. Entonces, ¿puede ser soberano un
pueblo ciego y manco? Los partidos políticos acaban constituyendo, por decirlo de algún modo,
empresas, sectas, sociedades destinadas a guiar nuestros destinos, a mandar. ¿En democracia
quién tiene el poder? ¿el pueblo? ¿el ciudadano de a pie? Es obvio que no, el poder lo tiene el
político que pugna con sus iguales ya sea dentro o fuera de su propio partido para alzarse con el
bastón de mando. Eso nos conduce a otra tenebrosa afirmación, en democracia no se gobierna
para todos o por el bien de todos, tal y como estamos acostumbrados a oír por boca de los más
ilustres personajes, se gobierna por el bien de unos intereses particulares, los intereses del político
de turno o del grupo que representa. Se desoyen los gritos y la voluntad del pueblo (recordemos
la teoría constitucional: ese pueblo sujeto de la nación y soberano) en numerosas ocasiones, aun
cuando su sentir es manifiesta y mayoritariamente contrario a las decisiones de los políticos:
participación en guerras, acogida de refugiados, gestión contra incendios… Porque en nuestra
democracia el pueblo sólo puede hablar cada cuatro años o en todo caso cuando los políticos lo
deseen.
Los políticos saben jugar bien sus cartas, son propensos a situarse al margen de una ley que
aprovechan en su propio beneficio gracias a los aforamientos o la designación de altas
magistraturas entre otras destacadas tretas. Pero a pesar de todo, a nadie jamás se le ocurrirá dudar
de las buenas intenciones de un demócrata. Olvidemos aquello de que cada uno tiene su porción
de poder, esa capacidad de decisión siempre idealizada en las urnas. El pueblo a todo lo más que
puede aspirar es a delegar, ceder ante unos u otros y, en esa concesión del poder se halla la
picaresca del político. Podríamos usar una metáfora e imaginar que el ciudadano es el empleado
de una empresa, el político interpretaría el papel de jefe, el cual puede conducir al éxito o a la
ruina a dicho currante. La cuestión principal es que el trabajador no puede tomar partido en
ninguna decisión trascendental, es un mero espectador que debe limitarse a sus tareas, a recibir
órdenes del superior, bajo ningún concepto se le permitirá participar activamente en el poder o
gestionar el negocio del que depende su sustento.
Ese es el mecanismo de la democracia, el pueblo está obligado a dejarse llevar por otros y, desde
luego, su soberanía se limita exclusivamente a elegir a unos líderes que decidirán por ellos. Por
ende, la sociedad nunca sabrá caminar por sí misma y siempre dependerá de estos oportunistas
que se dedican a la política, profesionales de la falsedad y la falacia. En este caso cobran valor las
palabras de Thoreau al afirmar que los gobiernos evidencian cuán fácilmente se puede
instrumentalizar a los hombres, o pueden ellos instrumentalizar al gobierno en beneficio propio,
una jugada que él mismo definía como excelente, [2] había que reconocer esa sutileza, esa inefable
artimaña de embaucar al personal. La democracia significa para muchos un gran avance en el
seno de las sociedades europeas, sobre todo para aquellos que tras el fascismo ven la corrupción
política como un mal menor. Bien es sabido que su exportación a otras latitudes ha degenerado
en numerosos estados fallidos. En Europa es y ha sido objeto de grandes contradicciones e
incongruencias, rechazada por amplios sectores de la sociedad que reclaman un mayor poder de
la comunidad para gestionar sus propios recursos y legítimo modo de vida lejos de la tutela de
estos mandatarios borrachos de poder, pero muchos todavía son incapaces de ver como se les cae
su propio tejado sobre la cabeza., prefieren seguir, como decía Augusto, interpretando la farsa de
la vida.
1 Suetonio, C. (2010): Vida de los doce Césares, Madrid, Espasa-Calpe, p. 189
2 Thoreau, H. (2009): Desobediencia civil y otros escritos, Barcelona, editorial Sol90, p. 38
3 comentarios:
El tema es que ha habido una apropiación de los gobernantes no-democráticos de la palabra democracia (como de tantas otras) y al final lo que han acabado creando es una neolengua. No vivimos en una democracia por mucho que nos quieran hacer creer. La democracia es el gobierno del pueblo y aquí el pueblo no se gobierna a si mismo. La soberanía no reside en el pueblo ni emana de él, la soberanía es del gobierno. Ha habido un proceso de adoctrinacion durante muchos años en el que las clases altas han acabado con la cultura popular para que las clases bajas adoptaran el ideario de los de arriba y por mucho que nos digan lo que tenemos es una dictadura con una fachada democrática. Nuestro nivel de participación en lo publico o en lo común es nulo y cuando no hay organismos populares de participación democrática real no podemos decir que vivamos en una democracia. En una democracia, entre otras muchas cosas, no deberían de haber unas élites que gobiernan a todos los demás y que toman las decisiones por todos los demás. Yo soy partidario de utilizar el nombre y de volverlo a recuperar porque si no al final las palabras están totalmente tergiversadas. Hoy el defensor de la libertad es el dictador y viceversa. Hoy mismo en el telediario han insinuado que los alumnos de la Universidad de Barcelona que han hecho piquetes han "torturado" a los esquiroles por impedirles dar clase a través de una sirena. Es el futuro orweliano de la neolengua. La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, el huelguista es el que no respeta tus derechos, la democracia es la dictadura. Y no solo esto, también podríamos hablar de la nula participación de las bases de los partidos políticos, de los centros de poder de los mass media que elevan a quienes a ellos les interesa... el sistema es irreformable lo mires por donde lo mires. Saludos
Estoy de acuerdo con la idea de la distorsión del lenguaje, en muchas ocasiones deliberada, por eso he intentado expresar que la política en sí misma es una farsa, un circo, un teatro de apariencias, donde la democracia se convierte en la estructura que avala las reglas del juego. El poder necesita legitimidad y en nuestro tiempo esa legitimidad viene dada por lo que conocemos como democracia (se ajuste o no a su sentido etimológico). Creo que en ningún caso propongo una reforma del sistema, simplemente una reflexión irónica sobre la configuración del mismo. Como bien dices, el sistema es irreformable y, bajo mi punto de vista también lo son muchos de los mecanismos o tendencias que conforman el carácter de la propia humanidad, y de momento no creo que haya motivos para ser optimistas al respecto.
Saludos!!
Estamos de acuerdo compañero. Aunque haya podido parecer que haya insinuado que para ti el sistema es reformable no era mi intención. El tema es que me molesta que sigamos (yo el primero) llamando democracia a esta farsa. Buena critica. Saludos
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